La Celestina de Fernando de Rojas

[Melibea recapacita y se hace cargo de los negocios familiares…]

… Querido padre mío, no llores, no reclames la justa razón y el recto juicio de tu hija; la secuela del hechizo ya pasó, libre me tengo del amor loco y del engaño… Largo tiempo he sido presa de la locura y de la sinrazón, ahora lo sé… Oh, aciago día, inocencia mancillada, ¿cómo he podido caer en las redes de una vieja astuta y de un amante tan insulso e imbécil? Míralo, amadísimo padre, tú, dechado y asombro de una ininterrumpida estirpe de cautos señores; míralo, ahí, desparramados sus sesos en el empedrado de un callejón inmundo, con los calzones medio caídos y sus pálidas nalgas al aire… ¿Cómo pude caer en sus redes, si no fue por una astuta triquiñuela…? Mas, cuerda, al fin, dueña de mí, me someteré libre y dócilmente a tu Dios, a tus leyes y a tu cuidado, tú, padre mío, dueño y señor de lo que soy y de lo que existe y existirá en mí y para mí… Sí, carísimo y venerable anciano, tus riquezas no se perderán, no temas… No me verás ya, víctima del desatino y del error, arrojarme de este precipicio, pues, recobrada del todo, habitante por fin de este mundo y separada para siempre de la ilusión del amor, te daré una dócil y obediente descendencia, que no tendrá fin… Míralos, ahí están, pujantes… Deja de llorar, pues tus riquezas se han salvado y tus afanes han sido coronados; anticipa tu gozo y contempla esa cadena de futuros señores, dueños absolutos del universo, que tendrán su origen en mi vientre; he aquí a tu esclava, padre mío…

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