Odisea cultural. Febrero, 2021

Conversando con Antonio Orihuela: “La escritura a la intermperie”

Esta reposada y amigable conversación –mantenida a lo largo de varios días, entre los últimos de 2020 y los primeros de 2021–, como todo el material presente en una publicación de esta naturaleza, cuenta, no hay que decirlo, con la complicidad de sus lectores; personas con mentes aún no jibarizadas por Facebook, Twitter, Instagram o Tik-Tok, esto es, que resisten perfectamente la lectura de más de seis líneas seguidas y que pueden mantener más de treinta segundos su atención en aquello que les interesa.

Sabemos, aun así, que en una publicación digital no conviene sobrepasar las seis páginas, y esta conversación ocupa catorce; es, pues, un reto, pero estamos seguros de que a las personas curiosas que se decidan a acompañarnos les interesará lo que se dice en ella acerca de la escritura, en general, y de la obra y el pensamiento de Antonio Orihuela, en particular; una de las voces más claras, personales y poderosas del pensamiento crítico y de la poesía española de los últimos treinta años.

Antonio Orihuela es uno de los puntales de la Poesía de la Conciencia Crítica y tiene detrás una de las obras más sólidas, ricas, densas y coherentes de su generación. Su convocatoria anual, a finales de julio, en Moguer, luego extendida a otros puntos de la península, en otoño o en primavera, los encuentros conocidos como “Voces del Extremo”, se ha convertido en uno de los puntos de encuentro más plurales y libres del campo de la poesía en los últimos decenios.

5 4. Antonio Orihuela, compañero y amigo

Allí, en la sede de la fundación “Juan Ramón Jiménez/Zenobia Camprubí”, o en la peña flamenca, por las noches, o en la casa natal del poeta moguereño, o en la morada mágica marismeña de Isla Canela, del gran Eladio Orta, la última noche; con una sencilla liturgia libertaria, que huye de los divismos acartonados propios de la mayor parte de los festivales al uso, y en un torrente incesante y respetuoso de voces diversas y variadas, la poesía fluye y fluye, en medio de un silencio cuasi sagrado, y se desborda más allá de los labios que la desgranan, todo bajo la silenciosa y acogedora venia del más paciente y amable de los anfitriones.

Antonio Orihuela es, por fin, en lo que me toca directamente, la persona y el compañero que me hizo, de alguna manera, poeta; el que me animó a publicar mi primer libro de poesía, Grito y realidad, quien me puso en contacto con Ángeles y Tito, de Baile del Sol, quien me dio la idea que le daría su forma definitiva y quien, finalmente, tuvo el detalle de diseñar su portada. Y, al invitarme a Moguer, hizo que conociese allí a muchos de los que hoy son mis mejores amigos y amigas, mis mejores compañeros y compañeras, que terminaron por convertirme, entre todos, en quien soy, al proveerme, con sus voces, con su trato y con la reposada lectura de sus obras, de este respeto que guardo, desde entonces, a la palabra poética.

Esta conversación con él acerca de una escritura, la suya (la nuestra, acaso, también), nacida y crecida a la intemperie, es, pues, una forma de mostrarle mi respeto, tratando –aunque sea sucintamente– de aspectos esenciales de la acción de escribir en este sistema/mundo dominado por el capital, a partir de su propia obra, con motivo de la publicación de sus últimos libros, Todos atrapados en la misma trampa, un poemario, en GARVM, con prólogo, justamente, del compañero que nos presentó, César de Vicente; y El refugio más breve: contracultura y cultura de masas (1962-1982), un ensayo, en Piedra Papel Libros; pero también –de hace justo un año– El secreto fondo de las cosas, una novela, en la Oveja Roja.

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