
CUARTA PARTE
Buenos Aires. La gran promesa (incumplida)
Las quimeras del populismo y el fútbol como religión
En la madrugada del 24 al 25 de noviembre llegué, desde Santiago de Chile, en un corto vuelo (comparado con los vuelos anteriores y con el que me esperaba aún), al Aeródromo Jorge Newbery, de Buenos Aires, el aeroparque del que despegaban, durante la dictadura, los vuelos asesinos con los prisioneros condenados por los militares, que eran arrojados, poco después, a las heladas aguas del océano.
Una vez pasado el control de pasaportes y recogido mi equipaje, justo antes de traspasar la última puerta de salida hacia el vestíbulo de espera, en la zona de llegadas; antes, pues, de divisar siquiera la zona en donde esperan los taxis; en uno de los dos mostradores que ofrecen vehículos con conductor a los pasajeros que arriban a la capital, contraté uno, el último que quedaba libre, según e dijeron.
Paula Winkler, la gran jurista, escritora y amiga, que iba a ser, durante esos días, mi anfitriona (insuperable, en todos los sentidos), me había aconsejado que así lo hiciera: por razones prácticas y de seguridad.

A lo largo del trayecto, desde el aeroparque, hasta el agradable y espléndido apartamento de Paula, en el barrio de Palermo, que duró unos cuarenta minutos, fui conversando con el conductor del vehículo (un chófer relativamente joven, amable y atento, en el típico gran turismo que se usa para estos servicios: muy cómodo, la verdad). Y, en esa conversación, confirmé esa cierta paranoia acerca de la inseguridad que hay en determinados sectores de la población, tanto en Argentina, como en Chile (supongo que en casi toda América sucede lo mismo: recuerdo que en México también existía…), además de las jornadas interminables que un trabajador, como él, debía hacer para ganarse la vida (llevaba doce horas al volante, me aseguró: el mío era el cuarto viaje, que le garantizaba ya un jornal aceptable para ese día; tres viajes era el mínimo de supervivencia, me explicó).
Otro tema que surgió, inevitablemente, fue el de la hiperinflación; pero lo que me dejó de piedra fue el que, según me dijo, había dieciocho cambios oficiales diferentes del peso argentino (y subiendo, pues, cuando dejé Argentina, seis días después, había ya diecinueve cambios oficiales), que, en la calle, claro, se resumían en uno solo, el del mercado negro (o blue, como se conoce allí). Él mismo me ofreció cambio blue, pero, lamentablemente, le dije, ya tenía comprometidos mis euros, con antelación.
Así, en animada conversación, a lo largo de un trayecto de autovías y de nudos completamente vacíos, a esas horas (que redujo el tiempo del trayecto, me aseguró, en otros cuarenta minutos, al menos), llegamos al punto exacto del distrito de Palermo, en donde me esperaba Paula despierta.
Esa misma mañana, temprano, tras unas pocas horas de sueño, desayunamos y nos dirigimos a retirar el auto de alquiler que habíamos reservado, para poder desplazarnos, esos días, libremente por la ciudad y sus alrededores. Buenos Aires, desde el barrio de Palermo, Las Cañitas, Avenida Libertadores, Avenida Figueroa, Barrio Parque, La Isla, San Agustín, me pareció una ciudad enorme y hermosa (y, es verdad, a pesar del tópico, una ciudad, por su diseño urbanístico y por su atmósfera, de corte completamente europeo; si no lo supiese, uno podría decir que estaba en Madrid, Barcelona o París).

De día, en esa espléndida mañana de primavera, y desde el taxi en el que íbamos a la oficina de Hertz, a retirar nuestro vehículo, lo que veía, las amplias avenidas y las cuadras de edificios, geométricamente alineadas, me encantó. Y la misma sensación que me asaltó en Santiago o en las regiones de El Maule y Colchagua, en Chile, me sobrevino en Buenos Aires, qué es lo que mantiene paralizada y en crisis permanente a este país, por qué Argentina no da ese paso que le falta y se mantiene en el caos político y en la crisis económica permanentes, desde los años setenta, por qué es esa eterna promesa incumplida de América: la respuesta a esa pregunta que surge inmediatamente, en cuanto miras a tu alrededor, parece, en una primera instancia, semejante a la del caso chileno, pero, en verdad, no es exactamente idéntica.
En efecto, como en el caso chileno, las élites política, económica y judicial, intrínsecamente corruptas, rentistas e improductivas, son una causa esencial de esa parálisis; pero en Argentina, por lo que observé y escuché, que confirmó lo que había leído y escuchado con anterioridad, hay un elemento particular que distorsiona e impide, a corto plazo, cualquier avance, creo (y esto no va a gustar a mis amigos y amigas honesta y sinceramente peronistas, empezando por la propia Paula), es el peronismo, un fenómeno social y cultural transversal y omnipresente, que va más allá de la política, pero que traspasa y paraliza, al mismo tiempo, la vida política del país; algo muy poco entendible fuera de Argentina.
Algo que resulta confuso o directamente incomprensible, desde fuera, es que haya peronistas de izquierda y de derecha, que haya peronistas de extrema derecha y de extrema izquierda; que todos se sientan herederos de Perón (aunque esto no es del todo verdad, pues la figura que lo distorsionó todo no fue la suya, sino la de un ser mítico, que realmente no existió tal como permanece en la memoria legendaria de la mayoría de los argentinos, Eva Perón; por lo que, en realidad, es la fabulación legendaria de la vida y la obra de Eva Perón lo que distorsiona todo, creo, y paraliza la vida política del país).
Eva Perón y el fútbol, Maradona (o Messi, ahora), son los dos refugios religiosos en los que la inmensa mayoría de los argentinos encuentran consuelo para la enorme frustración que íntimamente sienten como sociedad y como ciudadanos. Y la importancia adquirida por las corrientes psicoanalíticas allí tiene, creo, mucho que ver con esa complejidad política y sociológica. Hay que estar aquí, ver las enormes siluetas de Evita, en el edificio del Ministerio de Obras Públicas, en la Avenida del 9 de Julio; o coincidir mágicamente, como fue mi caso, con el gol de Messi a México, del que dependía la clasificación de la selección en el mundial de Catar, y escuchar el increíble alarido de toda una ciudad, de millones de habitantes, al unísono, que se sacudían el miedo y una frustración más –esta sí, insoportable, de verdad–, para comprenderlo.

Qué experiencia más esclarecedora fue, para mí, el que mi estancia en Buenos Aires coincidiese con el mundial de fútbol, me habían contado, había leído, pero, ahora, lo había vivido. Ahora, ya sabía qué significaba el fútbol para la gente en Argentina, como, por las conversaciones mantenidas, en Europa, con amigos y conocidos argentinos, y, en esos días, en Buenos Aires, me había dado cuenta, también, qué significa Evita para la inmensa mayoría de ellos; y, en ambos casos, esos sentimientos incondicionales, indescriptibles e incomprensibles para quien los contempla desde fuera, atraviesan todo el tejido social, sea cual sea la clase y la condición personal, sea profesor universitario o peón de la construcción; sea un montonero, un peronista de izquierda, o un peronista de la ultraderecha, e incluso, si me apuran, un gorila, un furibundo antiperonista.
Ya se vio en el Mundial del 78, algo que superó cualquier lógica política y social, en el que las víctimas participaron de la misma desbordada alegría que los verdugos por la victoria de su selección nacional; pues he aquí otro elemento diferenciador que debemos entender de las repúblicas americanas con respecto de nosotros, los habitantes del estado español: aquí el sentimiento nacional va por barrios, territorios, ideologías y opciones políticas; la bandera rojigualda, por ejemplo, como que nos la trae al pairo a muchos de nosotros, como es mi caso, así como el himno nacional español (que, para empezar no tiene ni letra), eso no se comprende allí, pues son repúblicas jóvenes, nacidas de la lucha nacional contra la potencia colonial, y el sentimiento nacional y gregario de tribu está aún muy fresco, como en la América del norte, en USA, por ejemplo. Allí, la bandera y el himno nacional aún representan a los verdugos y a las víctimas, a un mismo y paradójico tiempo; e igual a los explotados que a los explotadores, o igual a los honestos que a los corruptos (es como aquí, cuando la rojigualda, la estelada o la ikurriña, aúnan y borran cualquier diferencia dentro de los respectivos grupos sociales o territoriales vinculados a cada una de las visiones nacionales del mundo que estas representan). Hay que tener esto en cuenta para comprender muchos de los comportamientos colectivos en Argentina, como para entender, también, muchos procesos y comportamientos políticos nacionales en nuestro estado español.
El caso es que, una vez recogido el auto de alquiler, me dispuse a conducir por esa hermosa ciudad que había atravesado, y la conducción por ella, al contrario de lo que Paula y otros amigos me habían asegurado, me resultó cómoda y sencilla.
La primera etapa fue en San Agustín, para visitar el magnífico edificio de hormigón de los años sesenta de la Biblioteca nacional; en donde nos tomamos un café, sentados en su magnífica terraza exterior, antes de visitar sus salas de lectura y de exposiciones, deteniéndonos especialmente en la dedicada a la extraordinaria poeta Alejandra Pizarnik.
Del material recopilado, de los documentos gráficos y de las fotografías expuestas de la autora, se desprendían, para mí, dos sentimientos: el del compromiso con la escritura y con la lectura: un profundo compromiso con la lectura como diálogo apasionado, condición sine qua non de la escritura; Alejandra Pizarnik lo sabía bien y sus anotaciones en las páginas de los libros que le interesaron son una muestra incontestable de ello. Y el otro sentimiento que me embargó, sobre todo, ante su gesto y su mirada, en las fotografías, era el de la fragilidad, una especie de honda fragilidad anclada más allá de la realidad contemplada, esa fragilidad de quienes desean ir, de verdad, sin imposturas ni trucos que valgan, «hasta el fondo» de las cosas, de la vida.
Esa misma noche, tuve la suerte de conocer y compartir cena y conversación, en casa de Paula Winkler, con Elsa Ducraroff, una de las intelectuales y escritoras más potentes del panorama argentino actual. Una delicia de velada y de apasionado intercambio de ideas con dos interlocutoras de lujo. A mi pregunta de cómo es posible que Argentina haya llegado a la situación en que se encuentra y que arrastra desde los años setenta, tanto Paula, como Elsa, fueron desgranando una serie de datos y acontecimientos que marcan el trayecto de esa crisis histórica, desde las oportunidades perdidas, en los años sesenta –con la presidencia de Arturo Frondizi–, para constituir una élite económica productiva y un sistema político moderno, alternativo al peronismo, hasta la frustración del presente, que anuncia un futuro incierto, al que una buena parte de los argentinos ha renunciado.
De ahí la importancia de las pequeñas compensaciones que da el fútbol o esa inconsciente espera de la vuelta imposible de Evita, me digo.

A la mañana siguiente, habíamos quedado con Samuel Bossini, otro gran amigo y magnífico poeta argentino, que había conocido en España, a través de otro gran amigo y poeta español, Luis Luna.
Desde el primer momento, cuando estuvimos presentando en Alcalá de Henares su excelente poemario La luz decapotable, establecí con Samuel unos espontáneos lazos afectivos que deseaba fortalecer durante esta breve visita a su ciudad. Así que lo recogimos, Paula y yo, y nos fuimos al gran parque del Lago de Palermo y, allí, mientras paseábamos, nos contó el origen del mismo: cómo, durante la dictadura, se deshicieron de la villa miseria que había en los alrededores y cómo las excavadoras la arrasaron en una noche, llevándose chabolas y personas por delante entre los escombros; y cómo el valor de las propiedades de la zona se multiplicó por mil en un plis plas, de la noche a la mañana… Me sorprendió que las villas miseria estuvieran, entonces, tan cerca del centro de Buenos Aires, lo que se considera la ‘ciudad’, no la ‘provincia’; pues, ahora, las villas miseria están muy alejadas del mismo, dadas las enormes dimensiones del área metropolitana bonaerense, que engloba ‘ciudad’ y ‘provincia’ como un continuo urbano.
En fin, era lo de siempre, el capital, unas veces, usa de métodos directos y brutales y, otras, de métodos algo más sutiles (pero tampoco demasiado sutiles: ‘democráticos’ los suelen llamar) igualmente efectivos y brutales: el caso es hacer desaparecer a los pobres y multiplicar por mil sus beneficios, mientras estos (y los ricos también; pues los ricos también lloran y no solo de risa) quizás lloran por los colores de sus banderas y por los goles de sus ídolos.
También hablamos de temas menores, como la literatura y el mundo de los negocios editoriales y sus premios trucados. Pero lo mejor de todo es que Samuel nos llevó, a Paula y a mí, a un boliche típico de la zona de Belgrano, en donde el pueblo hacía acopio de choripanes y ‘vacíos’ (¡qué gran nombre!), que son bocadillos de carne de vacuno; para comer y compartir con los amigos y con sus familias, antes del partido contra México; y en donde nosotros nos tomamos unas buenas raciones en un ambiente amable y cariñoso, incluso para los ‘gallegos’ como yo. La amabilidad y el cariño recibidos, en todo este viaje y, aquí, en Buenos Aires, por supuesto, también, por conocidos y por desconocidos, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, han sido, no por esperados, menos maravillosos; es la misma sensación de cuando estuve en Puerto Rico o en México, esa agradable y reconfortante sensación de estar en casa, de estar entre los tuyos.
A la mañana siguiente, la contemplación del gran estuario del Río de la Plata, a la altura de Olivos, por la zona norte, hacia Tigre, me devuelve esa sensación de inmensidad que sientes en América, de sus proporciones, de sus distancias, tan diferentes a las de Europa.
Y quizás sean esas mismas proporciones la clave, precisamente, de su futuro como continente, aunque, a veces, parezcan un obstáculo para los procesos de integración regionales y continentales emprendidos, tomando como referencia la Unión Europea, en nuestro continente. En esta América, hay un elemento unificador que Europa no posee y que puede muy bien convertirse en herramienta integradora, el idioma común.
Sea como sea, fuere lo que fuere que depare un futuro próximo, cuando América –sus élites y sus pueblos– tome conciencia de su inmensidad y de la herramienta común de que disponen, habrá surgido en el mundo una entidad geopolítica nueva que lo transformará definitivamente; y esa convicción (ese temor) es la que ha movido a Estados Unidos, desde finales del siglo diecinueve y principios del siglo veinte a torpedear e impedir cualquier proceso emancipador e integrador en el continente, fuese, este, del signo que fuese o guiado por los impulsos que fuesen (el último de esos intentos arruinado ha sido el de Mercosur). Y Europa no ha hecho más que doblegarse o seguir la estela de los Estados Unidos, en este aspecto, como en muchos otros.

Y, sin embargo, esta es la única esperanza que resta para algunos sectores de la cultura y de la política de base que laboran por encontrar ese marco panamericano o supranacional que dote de un objetivo atractivo y ‘productivo’, tanto a las élites, como a los pueblos; por eso, es tan importante que los gobiernos de centro izquierda actuales y el nuevo mandato de Lula en Brasil no solo lleguen a buen término, sino que no se vean ensuciados por la corrupción interna, como en los periodos anteriores.
De todo esto estuvimos hablando en casa de Daniel Araoz, que acababa de llegar de un encuentro (junto con otros artistas e intelectuales latinoamericanos que están trabajando en esa dirección) con el presidente Lula y con el expresidente Mújica, en cuanto referentes morales para la aparición y crecimiento de esa nueva élite política tan necesaria.
A Daniel Araoz, uno de los actores con más prestigio dentro del elenco argentino actual, lo conocí en Madrid, en 2011, durante los días del campamento de Sol, cuando el 15M. Recuerdo que nos habían invitado a ambos a la emisora de radio del campamento por diferentes motivos; él había venido a promocionar una de sus películas, El hombre de al lado (extraordinaria, por cierto); tras las respectivas entrevistas, nos fuimos a tomar unas cervezas juntos y continuamos charlando, nos caímos bien y conectamos inmediatamente, y, desde entonces, a pesar de la distancia y del tiempo, hemos mantenido ese cariñoso lazo intacto; por eso, él era uno de los amigos a los que quería visitar en Buenos Aires.
El reencuentro fue cálido y afectuoso, como no podía ser de otra manera, y la conversación, en el tranquilo y acogedor patio de su casa, en el Palermo viejo, con Paula, con él y con su familia: su mujer, Renata Morini, artista plástica, y su hijo, Pedro, lanzado al mundo de la radio, joven en el que se adivina la esperanza de Argentina y de América, fue no solo deliciosa y divertida, sino muy aclaratoria, para mí, en muchos sentidos, pues me confirmó impresiones y observaciones que había hecho por mi parte, y me dio nuevos datos que las completaron y afinaron.
Daniel insistió en la necesidad de que, entre tanto, mientras la geopolítica dominante y las élites actuales mantienen el actual status quo en la América del sur, sus artistas y sus intelectuales deben laborar por la aparición de nuevos representantes políticos y por la construcción de modelos de pensamientos que posibiliten el ascenso de esa nueva élite que necesita el continente, para que, en un momento dado, expulse y sustituya a las élites corruptas actuales.
Durante mi estancia en Chile y Argentina, como cuando estuve en México y Puerto Rico, he notado que muchas personas –cercanas o no; conocidas o desconocidas– con las que he tratado hacen hincapié en el carácter idiosincrático de los pueblos americanos para explicar las situaciones de postración o de crisis endémicas en las que se debaten, pero yo creo que no se trata de eso, que las causas de esa postración y de las fracturas sociales y de las decepciones sufridas por los pueblos del continente son de índole material, social y económica fundamentalmente, debido a la naturaleza rentista y extractivista de sus élites criollas tradicionales y por la dependencia histórica de esas mismas élites ‘improductivas’ a otras élites ‘productivas’ externas, de Estados Unidos o de Europa. Es lo que pasaba en la España de la dictadura franquista, cuando se nos decía a los españoles que necesitábamos de un dictador, de un Caudillo, que la democracia no era para nosotros, porque éramos un pueblo destinado idiosincráticamente al enfrentamiento y a la guerra fratricida. No, los fenómenos sociales y económicos no entienden de idiosincrasias nacionales, sino de dinámicas históricas y materiales, lo de las idiosincrasias nacionales es solo una excusa para mantener en la inacción a los pueblos. La política y la economía argentinas o chilenas no son así por una cuestión idiosincrática, sino por causas de naturaleza material e histórica; como las habilidades democráticas del pueblo español se demostraron cuando las condiciones materiales e históricas: de una parte, geopolíticas (el periodo construcción y expansión del mercado común europeo), y, de otra, internas (la aparición de una clase obrera con una capacidad adquisitiva suficiente para el consumo sostenido de bienes, y de amplios estratos de la denominada clase media), las posibilitaron.
Al día siguiente, Paula me acompañó a una emisora de radio local, Radio Hermes, ubicada en el barrio de Constitución, cerca de la Boca, en donde Adrián, compañero responsable de uno de los programas culturales y literarios de la emisora, me hizo una agradable entrevista, a lo largo de la cual pude recitar algunos poemas de varios de mis libros.
A la vuelta de la entrevista, de regreso al aparcamiento público en donde habíamos dejado el auto de alquiler, atravesamos algunas de las cuadras más humildes del barrio, en donde la suciedad se acumulaba (algo nuevo para mí, pues por allí por donde había ido, hasta ese momento, había visto una ciudad aseada y limpia) y en donde la pobreza y la marginación eran patentes; en ellas, nos cruzamos con algunos ‘travas’ (travestis, en el argot popular) que se preparaban para la noche, alrededor de sus locales de encuentro y trasiego. Había rascado, casualmente, un poco en la superficie de la hermosa ciudad y la pobreza más descarnada emergía y se mostraba, súbitamente. No sé por qué, al llegar a casa de Paula, antes de cenar, apunté en mi bloc de notas: «… el sentido de la escritura: no olvidarlos…»
El segundo encuentro con el gran Samuel Bossini fue en la terraza de la heladería “La Veneciana”, uno de los lugares más encantadores de los que he disfrutado en la ciudad de Buenos Aires; Mmm… Qué helados italianos más apetitosos; mi perdición, si viviese enfrente de la deliciosa heladería.
Allí, departiendo tranquilamente y disfrutando de unos buenos cafés y de los correspondientes helados, me enteré de que a Samuel, como a casi todos los argentinos (pues seguro que hay alguno al que no le gusta el fútbol) le encanta el fútbol, y que es un gran aficionado de River Plate; me hace gracia cómo habla de ello y cómo me explica la especial tiña que se tienen con los de Boca (más que la de los aficionados de Real Madrid y del Barça, creo). En eso debe de consistir la dicha, pienso: en un buen café, con unos buenos helados y unos amigos extraordinarios, hablando de cosas intrascendentes en una hermosa ciudad; por qué no pueden ser así las cosas, quiénes no dejan que sean así, pienso también, pero no les digo nada, no quiero romper la magia de ese instante de felicidad y camaradería.
Hoy, último día de noviembre, concluye también mi estancia en Las Américas, aunque habría que decir América, tan solo, América, pues, al fin y al cabo, USA, Chile y Argentina; la América del Norte y la América del Sur son una misma América: stricto sensu, la del Norte ha conformado a la del Sur a su imagen y semejanza a lo largo de más de un siglo: unas veces, mediante la fuerza del dinero, otras, con la compra de sus élites o con la fuerza de su propio ejército; o con la sangre y el fuego de las asonadas y los golpes militares dados –con su venia– por los ejércitos oriundos; o con la seducción propagandística y la penetración religiosa y cultural; esto es, mediante todos los medios habidos y por haber, según las circunstancias y las diversas coyunturas. Y todo ello, para que las repúblicas y los pueblos, al sur de El Paso, no alcanzasen jamás ni cumpliesen sus propios destinos como pueblos o estados libres e independientes.
Y, a partir de los años sesenta, con el temor de que el ejemplo de Cuba, la islita que, contra todo pronóstico, resistía todos los embates del Gran Vecino del Norte, se extendiese por el resto del continente, exacerbó su control sobre su entera vastedad, en Brasil, en Chile, en Uruguay, en Argentina, en El Salvador, en Nicaragua, etcétera, etcétera, etcétera… Y sobre las cenizas de tanta destrucción y tanto dolor levantaron un gran laboratorio neoliberal, al calor de las doctrinas de los Chicago Boys; un gran laboratorio que, al cabo de unas cuantas décadas, ha dado en copias deformes y arruinadas de la gran metrópolis.
Cuando estoy concluyendo esta crónica del viaje, leo, en la prensa, que un señor de ochenta y dos años, que trabajaba en un supermercado, ha logrado, por fin, jubilarse mediante una cuestación realizada en TikTok. Esta historia podría darse en cualquiera de las repúblicas americanas, en el Chile que he conocido, por ejemplo; aunque esta historia del pobre anciano de ochenta y dos años trabajando, casi hasta la muerte, en un supermercado ha sucedido, en realidad, en los Estados Unidos de Norteamérica.
Por último, he de decir que, además de ver cómo no hay varias Américas, sino solo una América, otra de las conclusiones que he extraído de este viaje es algo que puede ser considerado paradójico, que este neoliberalismo depredador que lo informa todo a nuestro alrededor, globalizado por la dinámica histórica que sigue al hundimiento de la URSS, contra lo que piensan algunos, o muchos, de mis compañeros, no ha fracasado, todo lo contrario, se ha extendido por toda la faz de la tierra y lo domina todo, como la metástasis mortal de un cáncer terminal. Y Europa occidental, el único órgano del cuerpo global que parecía que resistía, un poco, ese mortal ataque, ha sucumbido, está sucumbiendo, también, finalmente, a su ramificación definitiva. Y, aun así, hay quienes resisten y resistimos, acaso, contra toda esperanza; y soñamos, todavía, con una realidad distinta.

Mientras el taxista me lleva hacia el otro aeropuerto de Buenos Aires, el de Ezeiza, para tomar el vuelo de regreso; mientras atravesamos la provincia de Buenos Aires, las enormes barriadas obreras, las villas miserias, al fondo, como los restos del viejo decorado de una guerra de clases que ya no existe, dicen; mientras me va diciendo lo alegre que se siente por la clasificación de su selección en el mundial de Catar, mientras me señala, cuando estamos cerca del aeropuerto, pasadas ya las villas miserias y los barrios obreros, una gran urbanización de lujo, en la que viven la mayor parte de los futbolistas, justo frente a las instalaciones de la Federación Argentina de Fútbol, al otro lado de la autopista, de modo que, cuando viajan, estén cerca del aeropuerto y del lugar de concentración… Mientras los recuerdos de este mes tan lleno de vida y experiencias se me agolpan, no sé por qué, recuerdo que le he hablado a Paula, en su casa, poco antes de partir, de Gabriel Ferrater y de su prodigiosa poesía, y con ese recuerdo me viene el de la exposición de Alejandra Pizarnik en la Biblioteca Nacional, y, cuando ya tenemos a la vista la terminal de las salidas internacionales, en la radio, suena una canción de Amy Winehouse, y, súbitamente, reparo en que esos poemas y esas canciones son canciones y poemas de suicidas; y, al considerarlos de esa manera, me suenan diferentes; quizás porque, cuando uno sabe que sus autores quemaron sus vidas o las acabaron por propia voluntad, uno se las toma más en serio.
Tal vez, me digo, poco antes de que el taxista me deposite en las puertas de la terminal, esto no ocurra con todos los suicidados y arrebatados por la vida, pero con ellos tres sí sucede. Y, mientras espero ya en la cola de los borregos/viajeros, como un borrego/viajero más, a pasar los controles correspondientes, me reafirmo en aquella impresión que me invadió en el taxi: con Gabriel Ferrater, con Alejandra Pizarnik y con Amy Winehouse, sí sucede. Y es la desgarrada sinceridad de sus vidas, más que su muerte, lo que les da ese valor especial.
¿Y con la mía? ¿Qué sucede con la mía? Me pregunto, justo antes de que un capataz del control de seguridad casi me dé una hostia, porque no me he quitado el cinturón con hebilla metálica que llevo.
Qué raro es todo, cómo se me ocurre pensar estas cosas, justo ahora, aquí, en un taxi bonaerense, en medio de las colas de borregos/viajeros, de regreso a casa, después de un viaje tan lleno de vida y experiencias. ¿Qué manera es esta de concluir la crónica de un viaje?
Siempre he dicho que lo que más me gusta de un viaje es contarlo, y si es de otro, que me lo cuente. Me seduce la idea de viajar a la gran América , como yo llamo a América latina igual que no me seduce nada visitar Estados Unidos. Una buena crónica sobre por qué los argentinos son como son, por qué ese fanatismo por el futbol o Evita Perón, por qué un país rico siempre pasea al borde del abismo, y por qué el pez grande siempre se comerá al chico; es inevitable a veces el suicidio de las poblaciones y de las personas. Gran crónica Matías, te seguiré leyendo.
Bem-hajas caro Matías, por partilhares connosco a viagem. ítaca é a viagem
Saúde e Liberdade!
Sí, Carlos, así es, el viaje es Ítaca, pero nos cuesta entenderlo, a menudo.
Un abrazo grande