Juan Ruiz, arcipreste de Hita, y don Juan Manuel, infante de Castilla: dos miradas para un mundo en crisis; o la literatura como herramienta
VERBA HISPANICA. ISSN 0353-9660, N.º 15, 2007 (Ejemplar dedicado a: Julio Rodríguez Puértolas, la literatura en el tiempo), págs. 35-44
De bone amor vient seance et bonté…
Teobaldo I de Navarra

Hace unos años -en el cuarto número de Verba Hispanica-, en un trabajo titulado Juan Ruiz, un hombre de nuestro tiempo[1] -fundamentado en lo sustancial por las lecturas que del Libro de buen amor, y de la figura de su autor, habían hecho Américo Castro[2] y Julio Rodríguez Puértolas[3]-, comprobamos cómo la premeditada -y, en absoluto, casual- complejidad interna del Libro se cimienta no sólo en la diversidad de los materiales que contiene y lo construyen, sino, sobre todo, en la unidad de sentido[4], que podríamos nombrar proto/novelesca, del conjunto entero: articulada, primero, en torno de la “ficción realista” -psicológica- del yo literario que los informa; en la lógica -intensamente dialéctica- que los organiza; y, finalmente, en la radical ironía mediante la que el autor desentraña y desactiva todos y cada uno de los -engañosos- discursos artísticos, religiosos e ideológicos dominantes en su tiempo; especialmente, el cortesano, el clerical y el monetario.
[1] Matías Escalera, Juan Ruiz, un hombre de nuestro tiempo, en Verba Hispanica, IV, Ljubljana, 1994, pp 37-49
[2] Américo Castro, La realidad histórica de España, México, Porrúa, 1954 (1966, 3ª); y El Libro de Buen Amor del arcipreste de Hita, en Comparative Literature, IV, 1952, pp. 193-213.
[3] Julio Rodríguez Puértolas, Juan Ruiz, un hombre angustiado, en Literatura, historia, alienación, Barcelona, 1976; y Juan Ruiz, arcipreste de Hita, Madrid, Edad, 1978.
[4] A pesar de los que niegan tal unidad, o no logran ver más que una obra miscelánea y de aluvión. Tal es el caso de Francisco Rico, por ejemplo: Cf. Entre el códice y el libro: notas sobre los paradigmas misceláneos y la literatura del siglo XIV, en Romance Philologie, LI, 2 (1997). Y los de Florencio Sevilla y Pablo Jauralde, que, en su edición del Libro (Barcelona, PPV, 1988), lo consideran como una “heterogénea miscelánea” de materiales sin la menor unidad discursiva, hilvanados por un yo “disperso e incapaz de dotar de unidad al relato”.