La firme convicción de un poeta libertario

Hay que comerse el mundo a dentelladas, de Alberto García-Teresa (Baile del Sol, 2009)

Hay que comerse el mundo a dentelladas, el primer poemario, propiamente dicho, de Alberto García-Teresa, está dividido en cuatro secciones, precedidas de un poema que sirve de prólogo y santo y seña –dígase título– del libro entero; y dos breves textos que lo cierran: uno, titulado “La vida engendra vida: agradecimientos” –del autor–, y, otro, el poema de Mª Ángeles Maeso, “Hora a hora, un insignificante tallo…”, que le sirve de colofón. Pero todas y cada una de sus partes se explican, en realidad, por la última de las secciones, constituida tan sólo por un poema, titulado “Versos para un accidente”, que ilumina todo lo demás, y que comienza con un verso que es toda una declaración de intenciones: Es un armazón de posibilidades mi cuerpo…

Puesto que, a fin de cuentas… muletas, osteosíntesis, tornillos, placas / no cierran, no apagan, / sino que abren, irradian…

(pág. 107)

Y así es. Todo en este poemario es un grito de afirmación y de convicción; de afirmación de la vida y de lo vivo, frente a la adversidad y el infortunio, sí; pero, sobre todo, de afirmación y de convicción en lo vivo, frente a las fuerzas sociales, ideológicas y materiales, que niegan la vida y lo vivo.

Me estremezco al sentir

el vacío que mana

de las obras de mis manos

al hambre de mi alma.

Dice uno de los poemas más intensos del libro, titulado significativamente FÂBRICA (pág 39)

Un grito afirmativo y convencido que no viene –como se ve, desde su mismo arranque– sólo de la edad y de la experiencia personal, o del carácter equilibrado y amable de su autor, sino –lo que es aún más determinante– de las profundas y arraigadas convicciones libertarias de este joven poeta; así como de su mantenida fe en la potencia expresiva y transformadora de la poesía, y de la palabra –como instrumento del conocimiento y de la inteligencia liberadora–, en general.

Quien construye la Historia con silencios

vive en una tranquilidad precaria.

Los muertos chillan, arman revuelo,

transmiten ideas desde los recuerdos…

(pág. 38)

Experiencia personal e Historia, estos son los dos pilares sobre los que se sostiene esta obra inaugural de uno de nuestros más prometedores poetas.

Un dato biográfico no nos explica la poesía, en efecto; pero sí nos puede dar algunas claves de la persona, del sujeto y del temple, que hay detrás de los poemas que leemos o escuchamos; y, tal como Antonio Orihuela nos recuerda en el prólogo del libro, el modo como Alberto García-Teresa se enfrentó a la posibilidad de la muerte, y se enfrenta, cada día, desde entonces, a la amenaza de la inmovilidad, y al dolor constante e inagotable, nos da algunas claves para entender, no sólo el título de este enérgico y afirmativo poemario –decíamos antes–, sino el entero contenido del mismo; pues, como también señala en el prólogo Antonio Orihuela, esa misma energía, y ese mismo deseo de afirmación de lo vivo, se aplica con emocionante y firme tesón al desenmascaramiento poético, tanto de la realidad personal, esto es, de aquello que somos, o que creemos ser; como de la realidad histórica, esto es, de la máquina social y política que nos contiene y que construimos –y nos construye– con nuestros actos y nuestras omisiones.

Experiencia personal e Historia, esta es la cuestión que se plantea; o dicho de otro modo que las experiencias personales son, en sentido estricto, de naturaleza material e histórica, pues lo que sucede “dentro de nosotros” es porque sucede “fuera de nosotros”; la desazón, la desesperanza, el sentimiento de derrota, pero también la rabia, el deseo de plenitud y de liberación, tienen su origen en una idéntica fuente, esa máquina social y política de expoliación y muerte, que nos oprime y avasalla.

Fragua,

tajo,

almacén

u oficina.

Mediodía

o tarde-noche

Un día menos,

un duro más.

Tú envejeces

y tu vida se pierde

entre gotas que caen

y rabia que crece.

(pág. 25)

Por eso, el amor –erótico, filial o fraternal–, y la solidaridad de clase, son caras de una misma moneda, el mutuo empeño por la liberación personal y colectiva, mediante el encuentro de sujetos libres y sin miedo.

Hoy, la vida brilla por su oscuridad.

Hoy, me siento vivo porque soy querido.

(pág. 10) Así concluye el poema que, según establecíamos, al principio, ilumina al resto (“Versos para un accidente”).

A medida que la experiencia y la capacidad de síntesis lírica se agranden, se agrandará, sin duda, la talla poética de Alberto García-Teresa, acorde con su inmensa talla personal y su potencial perceptivo y expresivo; y estaremos entonces ante uno de nuestros poetas más sólidos y contundentes.

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