4. Los años de silencio, las dos primeras novelas, “Voces del Extremo” y la Poesía de la Conciencia Crítica: el compañerismo como seña de identidad.

La vuelta a España, en 1991, dio paso a quince años de callada e intensa escritura, tras la retirada de la publicación, en Libertarias-Prodhufi, en el último momento, justo antes de firmar el contrato, de la primera versión de El tiempo cifrado, que habían leído, además de mi amigo y compañero César de Vicente Hernando, mi maestro, Julio Rodríguez Puértolas, y Francisco Caudet, profesor de mi antiguo departamento en la UAM y crítico excelente también: los tres ya desaparecidos (¡cuántas desapariciones hay en mi memoria, ahora que lo pienso!…).

Francisco Caudet me había aconsejado reescribirla y desarrollar algo más sus tramas internas, algo en lo que yo ya había pensado seriamente; algo que, poco después, me repetiría, en su casa de Salamanca, el mismo Torrente Ballester, cuyo hijo, Álvaro, amigo mío, había insistido en que le diese a leer el manuscrito, a ver qué opinaba.

Lo que me dijo, a puerta cerrada, en su despacho, con un té en las manos –después de haber charlado con él, con Fernanda, su mujer, y con Álvaro, su hijo, en el salón de la casa, acerca, recuerdo, de mi estancia en Ljubljana y de mi opinión sobre las causas de la naciente guerra en Yugoslavia–, no viene a cuento, pero sí el que, según Álvaro, quizás fue el último manuscrito que leyó por sí mismo, pues apenas veía ya. Según me contó, luego, al comenzar Fernanda, su madre, la lectura del manuscrito, su padre la interrumpió y le dijo: «Deja, esta novela la tengo que leer yo».

Aunque, por testimonio también del propio Álvaro, lo más importante, algo que me satisfizo considerablemente, fue el hecho de que a su madre, a Fernanda, enorme lectora y sagaz crítica, le había encantado su lectura; y, si eso había sido así, me confirmó con rotundidad, es que la novela es realmente buena. La auténtica vanidad, la menos dañina, supongo, son estos pequeños detalles íntimos, que guardas durante años, hasta que, un día, los cuentas; como la conversación telefónica, muchos años después, sobre la misma novela, pero ya publicada en su versión definitiva; esta vez, con Pere Gimferrer, por mediación de otro gran compañero y gran articulista y novelista, Isaac Rosa, que insistió en que se la enviase. De todo lo que hablamos, y puedo asegurar que se había leído la novela, de la primer a la última página; de todo el análisis compartido que hicimos, en aquellos veinte minutos que pasamos al teléfono, lo que más me satisfizo fue una frase del maestro Gimferrer: «Veo que usted escribe así porque quiere…» Dios, qué bien te sientes, cuando alguien como él te dice: veo que usted escribe así porque quiere. Los años y las horas pasadas con los libros y sobre el teclado, las apuestas hechas, sabes que han merecido la pena, que, al otro lado, hay quien te escucha y recibe el mensaje. Como cuando leí la primera reseña en El Cultural que hizo Ángel Basanta de Un mar invisible y, más tarde, de El tiempo cifrado o de Historias de este mundo, la colección de relatos; que un crítico como él se fije en ti, un donnadie, al que no apoya ningún grupo editorial o mediático, mayorcito ya, para más inri, que se presenta, para colmo de los colmos, con una apuesta novelística tan a contracorriente de lo que se hace en su tiempo, supone otra de esas recompensas que justifican todo el esfuerzo realizado, todos esos años y esas horas puestas en el asunto. Luego, claro, están esos lectores a los que tampoco les importa si sales en los medios o en la tele, que van a lo que van, a que no les traten como a bebés o a adolescentes eternos. Gracias a todos ellos, de verdad; a algunos los conozco y se lo he agradecido personalmente, pero a otros muchos no, claro; gracias por estar ahí, del otro lado y recibir el mensaje.

Así que, a fin de cuentas, el no haber publicado El tiempo cifrado, en ese primer estado embrionario, fue, como el haber roto todo lo que había escrito en mi primera juventud, una buena decisión, de la que no me arrepiento en absoluto.

Todo esto sería por 1993 o 1994, por lo que los siguientes doce años fueron, como he dicho, escritura y silencio, silencio y escritura… Con periodos de cansancio, pausa, dudas y depresión, es cierto, por medio, pero, en lo que concierne a mi camino hacia la escritura, todos esos años los resumiría en una palabra: trabajo.

De todo ese esfuerzo, salió la segunda novela Un mar invisible, quizás el proyecto escritural más ambicioso que he emprendido: siete años de trabajo, de escritura y reescritura, con César de Vicente Hernando a mi lado, como archilector exigente e implacable. Desde el principio, supe que esa novela solo podía escribirse en el completo silencio, aislado del mundillo literario, con paciencia, no sujeto a plazo ninguno, ni a compromiso ninguno.

En ese tiempo de lecturas y silencio, de trabajo y escritura, junto con Un mar invisible, fueron surgiendo, también, los materiales esenciales de mi primer poemario, Grito y realidad, así como los embriones de algunos de los relatos que luego sería Historias de este mundo. Por eso, una vez cerrada definitivamente –luego de haberla reescrito, una segunda y una tercera vez– El tiempo cifrado, y, tras la fundación de Tierradenadie Ediciones, con el propio César, Juan Pedro García del Campo, Montserrat Galcerán, Maite Aldaz y Aurelio Pezonaga, a la que se sumó, poco después, Mario Domínguez, y tras haber coordinado para nuestra pequeña editorial, precisamente, el libro colectivo La (re)conquista de la realidad, el propio César me instó a comenzar a publicar mi obra literaria, esto es, las dos novelas, ya concluidas, y el material lírico que había ido manando de la escritura de las novelas: ideas que no encajaban en ellas o que exigían la síntesis lírica, y no el despliegue narrativo, que se habían constituido, de modo espontáneo, sin haberlo previsto, en dos protopoemarios, sin intención ninguna de verlos publicados, pues toda mi energía estaba volcada en las novelas y en los relatos de Historias de este mundo, que ya había comenzado por ese tiempo. Sin embargo, la insistencia de César y una ocasión propicia confluyeron en el extraño hecho de que mi primer libro de literatura publicado fuese un libro de poesía, algo totalmente inesperado y sorprendente para mí.

La vida nos regala momentos decisivos y uno de ellos, en mi camino hacia la escritura, fue la visita, a finales de la primavera de 2007, de Antonio Orihuela a Madrid, a la sala Youkali, en Vallecas, que dirigía el propio César de Vicente Hernando, en la que yo también colaboraba, junto con algunos otros compañeros y compañeras. Antonio y yo nos habíamos puesto en contacto, unos meses antes, debido a su inclusión en la nómina de los autores del libro colectivo de ensayos acerca de la poesía, la novela y el teatro en la España actual que se tituló La (re)conquista de la realidad y que yo mismo había coordinado para Tierradenadie Ediciones, el primero de los libros dentro del campo de la teoría literaria que habíamos decido publicar.

Al finalizar el acto, César aprovechó para hablarle del material poético que yo había acumulado a lo largo de los últimos años y le pidió que lo leyese, a ver qué se podía hacer con él. Antonio aceptó encantado y, a las pocas semanas, todo ese material, reorganizado en un solo poemario, estaba en manos de Tito y de Ángeles, los intrépidos editores canarios de Baile del Sol, y, un par de semanas más tarde, estaba listo el poema visual que el mismo Antonio Orihuela elaboró como portada y cubierta del libro y, al cabo de otras pocas semanas, el libro estaba ya en la calle, y su presentación, la primera que hice de mi primer libro literario –inesperadamente, un libro de poesía–, se realizó (la vida nos ofrece también, a veces, ocasiones llenas de contenido simbólico) en la Universidad de Ljubljana, con motivo de una estancia mía, de tres semanas, como profesor invitado de la misma. El círculo parecía que se cerraba: allí donde había retomado la escritura literaria –hacia el otoño de 1990–, me encontré presentando, dieciocho años después, mi primer libro de literatura.

Antonio Orihuela y Grito y realidad me abrieron, pues, un mundo nuevo y desconocido para mí, no solo el de la poesía, sino el de toda la comunidad de Voces del Extremo, numerosos compañeros y compañeras que escribían y concebían, no solo la poesía, sino las cosas del mundo, de unos modos muy semejantes a como yo los concebía, a pesar de la diversidad de nuestros caracteres y de nuestras voces, y por encima de los diversos abordajes técnicos y retóricos que adoptamos, o de la fuerza de los lazos personales que, al cabo del tiempo, a veces, nos unen, a veces, nos separan. Con ellos, ya no me sentí solo en mi camino a la escritura y con ellos continúo aún caminando.

Gran parte de esos compañeros y compañeras aparecen en la monumental obra, Poseía de la Conciencia Crítica (1989-2011), de Alberto García-Teresa, uno de los más cercanos a mí, a pesar de nuestra diferencia de edad: poeta también, pero, sobre todo, uno de los críticos de poesía con mayor proyección dentro en nuestro país. No querría nombrar a nadie más, porque no quiero dejarme a ninguno de ellos, a ninguno de los compañeros valencianos, andaluces, extremeños, catalanes, vascos, riojanos, aragoneses, madrileños, castellanos de las dos mesetas, leoneses, gallegos, murcianos, asturianos o cántabros que he conocido a lo largo de estos años, algunos ya fallecidos, pero que siguen en nuestra memoria de cálida y afectuosa comunidad de voces. Todos ellos, todas ellas, saben el amigo y compañero que tienen en mí.

A menudo, echo de menos esa misma comunidad entre los compañeros y compañeras novelistas con los que comparto amistad o que, aun sin conocerlos o conocerlas personalmente, admiro y compartimos los modos de entender la novela. No es tan extensa la nómina, como en el caso de la poesía, y no tenemos los foros adecuados, del estilo de Voces del Extremo, donde reunirnos y compartir nuestra escritura, quizás porque la novela tiene otros ritmos de escritura y otros protocolos de difusión y recepción muy distintos, que no facilitan el sentimiento de comunidad, pero sé que no soy yo solo quien echa de menos un foro parecido a Voces del Extremo en el campo de la novela crítica.

En este sentido, la obra que David Becerra Mayor escribió para Tierradenadie Ediciones, a propuesta mía, Convocando al fantasma: Novela crítica en la España actual, como contrapunto de su anterior libro para Tierradenadie también, La novela de la no-ideología: Introducción a la producción literaria del capitalismo avanzado en España, nos da una buena pista, solo para empezar, pues sé que hay muchos más compañeros y compañeras que escriben novela que podrían incorporarse a esa comunidad.

Los novelistas de la industria editorial, los novelistas-clones, o los que se desviven por tener carrera literaria, no necesitan comunidad: el capital, a unos, los usa y, a otros, los protege, mientras los necesita; pero nosotros, creo, sí la necesitamos, necesitaríamos un espacio común de reflexión y de encuentro afectivo, parecido al de Veces del Extremo, que nos ayudase a reconocernos como compañeros en el camino y que nos hiciese más fuertes. Acaso, algún día la constituyamos.

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