Youkali, 2010
Raros y paradójicos mundos (fueron) tras el telón (que, al final, no fue de acero)
Sí, a menudo, me lo han dicho y, tal vez, sea cierto. Soy una de las personas, sin rango diplomático, ni comercial, de mi generación, por supuesto, que, si incluimos a la vieja Yugoslavia en el lote, más veces, por más sitios y de formas más variadas traspasó el famoso “telón de acero” que dividió Europa durante décadas; desde la llegada a la antigua Unión Soviética por vía férrea, a través del paso de Brest, luego de atravesar Francia, Bélgica, Alemania Occidental, Alemania Oriental, Polonia, Bielorrusia y Rusia, en enero de 1987, hasta los incontables pasos y repasos de la frontera yugoslava por los cuatro puntos cardinales; y, entre tanto, los diversos pasos de la frontera húngara, de la Alemania Oriental, o la del famoso muro de la emblemática Berlín: en automóvil, a pie y en Metro; pues, sí, en Berlín existió quizás el único, que yo sepa, paso fronterizo en toda regla, aduana incluida, que ha habido en una red metropolitana. O hasta el fallido intento hacia la ciudad de Timisoara, justo el fin de semana del levantamiento popular contra el tirano Ceaucescu.
Unos pasos fueron graciosos, como el de Varazdin, entre Croacia y Hungría, con más de un centenar de turistas italianos despistados ante la parsimonia, e hiriente indiferencia, de la funcionaria húngara, comiéndose el bocadillo tras la ventanilla de visados, mientras permanecíamos hacinados en la barraca aduanera, a la espera de que otra malhumorada funcionaria –a gritos– nos hiciese la reglamentaria foto –de delincuentes bandoleriles (¡aún la conservo!)– con una viejísima cámara tipo Polaroid, que luego, la primera, la del bocadillo, tenía que poner y matar sobre el impreso del visado mismo.
O extraños y rocambolescos, como el paso a pie por los Alpes austriacos, con mi portafolio incluido, sin que nadie me dijera nada, ni se extrañase de ver a un profesor español de la Universidad de Ljubljana atravesando la frontera yugoslava, a más de dos mil metros, a pie, tan pancho, y tan tranquilamente.