
Eneida de Virgilio
La Eneida de Virgilio es una de las muestras más impresionantes de la potencia creadora de un artista puesta al servicio del poder; lo que nos lleva a una cuestión central sobre el valor intrínseco de la obra de arte, en relación con su auténtica motivación; y también a otra cuestión no menos central, cómo el arte canónico ha estado y está aún al servicio de los poderosos, sin que esto parezca preocupar ni a los artistas ni a su público.
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[… en esas dos noches soñó sus propias pesadillas; pero no se las comunicó a nadie; no festejó ningún logro, pero tampoco ningún crimen…]
La batalla ha concluido con la derrota del ejército latino de Turno; ni siquiera el ardid de la ninfa Yuturna ha conseguido torcer el destino heroico y victorioso de Eneas. Turno, aplastado contra la tierra por el pie de Eneas, levanta el brazo y con mirada suplicante le implora clemencia…
… y tú, bravo e indomable Turno, monarca de los latinos, que me has causado tanto mal, que llevas el tahalí del joven Palante como trofeo de tu victoria y de su sacrificio, ¿me solicitas piedad? No puedo; no puedo dejar de asestarte este golpe que te llevará al reino de las sombras, aunque sé que tal acto de venganza será, como todos, inútil, que no cambiará ni un ápice el destino de nuestras estirpes…
Eneas levanta el hierro.
Turno cierra los ojos, y deja caer su mano derecha, que había permanecido tendida como débil escudo protector y suplicante gesto hacia el troyano, y se dispone a morir ante la mirada de los ausonios; no piensa en Dauno, su anciano padre, ni siquiera en Lavinia; sólo piensa en las sombras, y en qué dirá a sus muertos cuando llegue derrotado a ellos…
− Esta noche he tenido dos sueños (dijo entonces Eneas…) En uno he vuelto a contemplar el humo de la pira de mi querida reina Dido, a la que abandoné por mi aciago destino de eslabón de los dioses: Eneas, el que debe unir a dos ciudades; a la lejana y amada Troya, aniquilada ya, y a otra, aquí en las orillas del Tíber, aún no nacida, que someterá a los pueblos y los dominará por mil años… Sí, querido Turno, en el otro sueño he visto cómo, contra las previsiones de mi padre Anquises, ambos daremos pie a una estirpe de ingenieros y de asesinos; y, tal vez, me doy cuenta ahora, que aún puedo asestarte un golpe mortal y definitivo que te devuelva a las sombras y que sacie mi sed de venganza, que acaso esa estirpe no se merezca ni mi venganza ni tu sacrificio…
Turno lo mira aturdido e incrédulo; aún no comprende el significado y alcance de las palabras de Eneas, que le ordena ponerse en pie…
− Levántate, pues, Turno; aún no ha llegado la hora en que debas rendir cuenta a los tuyos en el Averno.