
El conde Arnaldos, romance anónimo del siglo XV
La más bella canción compuesta jamás en nuestra lengua; por favor, léanla o escúchenla con atención…
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[… en esa ocasión, el conde se echó al mar…]
… Yo no repito esa canción
… sino a quien conmigo va… gritóle ya el marinero / ese grito le fue a dar…
… para siempre y sin remedio…
… para siempre: no volverá… pensó para sí el infante…
… para siempre: no volverá… se dijo a sí, entre labios…
… y si se va para siempre
… ya nunca más volverá…
… entonces, tras un momento de indecisión, el joven conde arremete contra las olas; no sabe aún que al hacerlo ha dejado atrás para siempre también su previsto destino, una vida entera de placeres y de comodidad… Aún no lo sabe, persigue esa canción y bracea con tanta fuerza que su pecho sobresale de la superficie… Se bate ya contra el aturdimiento y el vértigo que provoca el inminente contacto con el sentido de las cosas, y nada… Nada y bracea contra el miedo, contra la costumbre y el hábito, contra la lógica razón y el método; nada y bracea contra las olas y se debate contra su propio espanto, hasta el agotamiento, y durante un instante parece que alcanzará la asombrosa nave y a su capitán, portador de todas las respuestas, pero sus fuerzas le abandonan y al poco deja de bracear… Ya no lucha contra las corrientes, y se abandona a su capricho… Y mientras ve a la nave alejarse y perderse en el horizonte, siente una extraña paz ante lo único verdaderamente inevitable, la aniquilación… Ahora se hunde y se ahoga, pero aún escucha los ecos lejanos de esa maravillosa canción que reconcilia a las criaturas; se abandona a esa fuerza irresistible que le atrae hasta el fondo de las aguas y entra en calma absoluta (al fin) en la nada…