Intervención en los “IV Yelmos” (16 de abril de 2016). Aula de música de la UAH
Unas líneas para un colega alcalaíno casual, como yo (desde la misma nada)
Querido Miguel, hace tiempo escribí otras cuantas líneas para la segunda y definitiva muerte de otro Miguel, un poco chuleta y orgulloso, pero soldado de pluma en mano, y bueno, en el buen sentido de la palabra, como tú; bueno por antonomasia, como Alonso el bueno… Era el camarada Hernández, y le llamé, como a ti, a través del tiempo… Seguro que te habrás encontrado con él en el Parnaso de los buenos soldados poetas.
A ti te han tratado de matar por segunda y definitiva vez muchas veces: en la escuela, en la Academia, en las universidades, en simposios, en asociaciones y congresos interminables, en ediciones infantilizadas y trucadas de tus obras, en fin, ya nos conoces… La última fue hace unos años, en el 2005, cuando lo de la “Primera parte”, pero no lo han logrado aún… Eres duro y terco, te sabes todos los trucos; así sobreviviste y así sobrevives… Ni siquiera el sabio (mono: o monosabio de todos tus sepultureros) que ya no te lee, según él, porque dice que te sabe de memoria y que, al fin, no eres más que un graciosiete simpático que hace reír, que tu obra no es más que un librito “divertido y sencillo”; ni siquiera él ha logrado matarte del todo (aunque casi lo consigue, el mamón…) Lo cierto es, no te voy a engañar, que apenas queda nada de ti, salvo algunos locos que aún creemos que no eres un graciosete que nos haces reír y que tu librito, si nos hace reír, es de pura tristeza y melancolía, y eso, creo, no es nada sencillo… La que dicen tu casa natal, en nuestro casual pueblo común, es una feria, colega, tenías que verla; como todo lo relacionado contigo; hay hasta un premio que lleva tu nombre, ese día, tus sepultureros se ponen estupendos y te citan y todo… Todo dios te cita, pero pocos te han leído, los más tan solo han escuchado hablar de ti. Quizás han empezado a leerte, pero se han cansado y han preferido facebook o twiter, que, diga lo que diga el monosabio, es más sencillo y divertido que tu librito.
Pero no te voy a abrumar, compañero (camarada también, a través del tiempo), solo decirte que vivimos en la misma mierda, en la misma nada contra la que lanzaste a Alonso Quijano… Con los mismos monstruosos gigantes y follones malandrines que todo lo enfollonan, sí, y todo lo corrompen; con los mismos duques y reyes castizos, y los mismos vagos chupasangre, las mismas partidas de galeotes, las mismas fantasmales procesiones, la misma e idéntica brutalidad, el mismo idéntico desprecio de la inteligencia. No te quiero abrumar más, colega. Solo un abrazo de luz para ti, como un guiño, y para el otro Miguel, el de Orihuela, desde este nuestro casual pueblo común, Alcalá. Vale.
CAPÍTULO 14
Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos
[Mas hubo entre ellos] quien dijo que no le parecía que conformaba [aquello] con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela…
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Y [cuando se disponía a seguir] lo estorbó una maravillosa visión -que tal parecía ella- que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que, por cima de la peña donde se cavaba la sepultura, pareció la pastora Marcela, tan hermosa que pasaba a su fama su hermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. Mas, apenas la hubo visto Ambrosio, cuando, con muestras de ánimo indignado, le dijo:
-¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco de estas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas de este miserable a quien tu crueldad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nerón, el incendio de su abrasada Roma, o a pisar, arrogante, este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino?
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-No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho -respondió Marcela-, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos.
»Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama…
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… el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amaseis?
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»Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles de estas montañas son mi compañía, las claras aguas de estos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno de ellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad.