1. El instituto Cervantes, don Alberto Fernández y el amor por el uso correcto de mi lengua materna.

Las primeras me llevan al Instituto de Bachillerato Cervantes de Madrid, en donde terminé mi formación escolar, en 1972, y desde el que me dirigí a la Universidad Autónoma de Madrid, para iniciar, primero, Filosofía, y, luego, tras abandonar los estudios de filosofía, concluir Filología Hispánica.

Una imagen muy querida por mí, de esos años, es la fotografía que salió en la revista del instituto, El Ingenioso Hidalgo –dirigida por don Alberto Fernández– de mi entrevista a la gran lexicógrafa doña María Moliner, con motivo de la salida de su obra magna, el Diccionario de uso del español, en el que aún seguía trabajando, cuando fui a su casa. Qué entrañable y admirable mujer, qué amabilidad y qué tacto con un joven que mostraba mas entusiasmo que conocimientos.

Otra imagen muy querida también por mí es la de don Alberto Fernández, director de la revista El Ingenioso Hidalgo y mi profesor de Lengua en aquel primer COU, que sustituía al viejo PREU. Don Alberto fue la persona que me enseñó no solo el camino de la escritura, sino el que me inculcó, con su sabiduría y paciencia, el amor por mi propia lengua y por el uso correcto de la misma. Además, fue la primera persona, también, que me pidió un texto literario para su publicación en una revista –la del instituto, precisamente–, pero el que, paradójicamente, se vio obligado a ser mi primer censor, pues aquel inocente soneto que escribí sobre los “tiranos de la tierra” (así, en general, sin especificar a qué tiranos me refería) no podía ser publicado en ella, sin riesgo para él y para mí.

Recuerdo aún sus amables palabras, cuando tuvo que decirme que ese soneto no podía aparecer en las páginas de la revista; también recuerdo que yo comprendí, en seguida, sus razones y que ambos compartíamos la misma pena e idéntica frustración.

Siempre llevé en mí, y aún lo llevo, su recuerdo; por eso, fue tan importante para mí el momento de nuestro reencuentro, veinte años después, e intercambiar con él, en el patio de la Universidad Cisneriana de Alcalá de Henares, sendas separatas de artículos nuestros, durante una de las sesiones de la Asociación de Cervantistas, que él dirigía aún, y a la que yo deseaba sumarme entonces; mi separata, recuerdo, era la de mi primer artículo publicado en Verba Hispanica, el anuario de filología hispánica de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Ljubljana, en la que yo había dado clase varios años, hasta poco antes del inicio de la guerra en la antigua Yugoslavia.

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