El Periodic. Agosto, 2020
Entrevista a Ángel Padilla
Ángel Padilla (Valencia, 1970) es un activista que escribe poesía y relato, además de ser un reconocido letrista de canciones y dramaturgo. Dicen que se vincula al Eco-Art, es un animalista confeso y convicto. Pero, en realidad, es la vida en la Tierra, la totalidad de la vida contenida en ella, y su defensa a ultranza, lo que impregna su trayectoria como activista social y escritor. Hoy lo traemos a estas páginas, con su verbo arrollador, sincero y torrencial, como autor del excelente poemario Es tan culpable el que canta para no oír a los fusiladores que los fusiladores, publicado por Amargord en 2020.

MEC. En la portada de tu poemario el planeta Tierra, el nuestro, casualmente, no se sabe bien si es un planeta soleado o asolado; la idea de Raúl Gálvez, su diseñador, desde luego, es ambigua y atractiva, por lo sugerente. Representa muy bien, creo, el alma de tu escritura “pangeática”, si se me permite el neologismo. ¿En qué sentido y por qué es la totalidad de la vida terrestre el impulso de tu escritura?
AP. Y es tan largo el título que Gálvez decidió -adecuadamente, en cuanto a estética- acortarlo en su diseño de portada a un sólo «Es tan culpable…» para que la ilustración magistral del planeta Tierra que ha hecho para la cubierta del libro sea prominente en él. Efectivamente, como dices, esta tierra soleada y asolada es, nada menos, que nuestra casa, con todas las resonancias emocionales que esto tiene. La gente, pregunta a cualquiera: ¿dónde vives? Dime dónde está tu casa. Y lo seguirás hasta un punto pequeño donde habita, duerme, come y convive con lo que siente como familia, y lo es. Pero… casa es mucho más. Y familia también. Eso intento reflejar en mi poemario al que doy las gracias enormes a la editorial Amargord por confiar en él; es un nuevo alegato, como toda mi obra poética, a favor de una nueva visión, o un reconocer la verdadera visión, que poseemos pero que nos ha sido cubierta por una cultura castradora e instrumentalizadora de las almas. Aquí está lleno de escopeteros, de gente que te coge el hombro con la mano llena de sangre, nos manchamos las camisetas, de sangre de todos, de otras, del mundo, andamos colmados de sangre desde la mañana hasta la noche, y nos creemos conscientes y racionales. Con mi palabra poética hablo a mis vecinos en una forma interna -eso intento- para que abandonen los crímenes comunitarios y para que vean los cadáveres que yacen, desde el interior de sus casas, hasta la acera de su patio, y por todas las calles del mundo. Las vidas, hoy y siempre, del llamado humano, se sustentan sobre montañas de cuerpos inertes, de vidas que no fueron por ser ellos cómplices de un mundo biocida por completo, hay que repetirlo sin cesar, y de muchas formas, aunque se cansen; porque andan hipnotizados con una estafa de visión con la que procuran los crímenes diarios, sin sentirse culpables: «somos uno con el mundo. Nuestro cuerpo empieza en nosotros y termina en todo lo demás y a la inversa». Por eso soy vegano, porque respeto a esos familiares que no conozco pero que los siento de la sangre de mi misma alma, y por eso lucho por esta Tierra, porque sé que el lecho en que duermo con la mujer que amo se extiende por campos y mares, y no quiero que lo manchen, soy de los que luchan porque lo sagrado deje de asaltarse y quemarse para la ceniza del oro de los amos.