Juan Goytisolo, la escritura, la rabia y el tiempo histórico (su huella en mi escritura: un testimonio personal)
Cuando José Navas, compañero y amigo entrañable, me pidió este artículo para Compluteca, sobre el significado de la obra de Juan Goytisolo, al que va dedicado el presente número, inmediatamente me vino de un modo claro y espontáneo a la mente el contenido del mismo casi en su totalidad; y no se trata de vana ostentación, ni de presunción, ni siquiera de un conocimiento especializado en la materia, nada de eso, es algo sumamente sencillo, y muy natural y lógico; es solo que Juan Goytisolo está en el inicio mismo, en los cimientos, de mi propia escritura. Tanto es así que en El tiempo cifrado, mi primera novela escrita, a principios de los noventa, posteriormente reescrita a principios de este siglo, y publicada a lo largo de este último otoño (2014), hay una mención expresa a su obra…
« (¿por qué se suicidan las madres?) Desconcertado se dirige a su despacho y, en las estanterías, sin saber exactamente qué busca, se detiene un instante a la altura de la letra E. Demorándose aquí y allí, recorre la multicolor línea de lomos y de signaturas, como hipnotizado y ausente. A menudo, la simple contemplación de los volúmenes en el ordenado reposo de los anaqueles le devuelve la paz de espíritu perdida o le satisface de modo extrañamente pleno el deseo de lectura… (es su escondida alma de bibliófilo, de mirón de la cultura, que a ratos le tortura)
(Goytisolo, Juan. Señas de identidad…) Hojea y relee un párrafo, el esfuerzo para recuperar la vieja rabia le resulta insufrible; por momentos, vuelve, espontánea y urgente, pero a duras penas penetra en sus venas, como lo había hecho, arrebatadora, la primera vez que leyó las páginas que ahora le muestran una perspectiva tan seca y distante… (apenas una década después de su muerte [del Dictador]: ¿dónde están la vieja rabia y la inocencia?)
¿Y el odio? (se dice) Odio para escupir, para no morir, para que la memoria perviva… ¿Cómo había llegado a odiarlos tanto…? Ya nada tenía que ver con ellos… Era prisionero de su misma lengua, nada más… Habían traicionado la memoria de los sueños compartidos, habían llegado tarde al festín, con un retraso de siglos, con hambre atrasada, y se habían puesto a la mesa con avidez torpe y babosa… Los sentía como una condena, con asco y desprecio… Siglos de espera no justificaban tanta banalidad, tanto olvido… A fin de cuentas, no eran otra cosa que supervivientes en medio de una escombrera, a la que llaman país, estado, nación… (sólo los muertos permanecen: piensa) »
[p. 96]

Sí, puedo decir que todo empezó con mi lectura de Señas de identidad (1966), allá por los finales del Franquismo. Recuerdo que era aún un joven estudiante universitario, y no pensaba siquiera, creo, en dedicarme a la escritura… Pero ¡qué latigazo para mi espíritu!… Qué conmoción para mi sensibilidad de lector curioso, ávido de una escritura que fuese más allá del cuento, de la historieta de siempre, que me exigiese como lector y que tuviese en cuenta, al mismo tiempo, la realidad presente e histórica tal como era percibida por aquel joven que se rebelaba contra aquella España oscura, brutal y tenebrosa penosamente heredada, con aquella rabia y lúcida ira que veía desplegarse escrita ante mis ojos.
Pues esa es la aportación fundamental de Juan Goytisolo no sólo a mí como lector y futuro escritor, eso no tendría la menor importancia, sino a la literatura española del último tercio del siglo veinte, e incluso de la actual, reducida, por lo general, y salvo honrosas excepciones, desde finales de los ochenta, a la historieta y al cuentecito, de nuevo, sin el menor pulso ni rabia, sometida y sujeta a las reglas del mercado y de las sobadas fórmulas del best seller; incluso entre aquellos de los que se debía haber esperado un “algo más”, ese algo que la escritura de Goytisolo representó durante dos décadas al menos para algunos de nosotros.
Luego vino otro zurriagazo, otra nueva conmoción, el encuentro con Reivindicación del conde don Julián (1970), tal como se puede apreciar fácilmente, para quienes la hayan leído, en los párrafos citados más arriba; y toda esa rabia, toda esa ira y todo ese caudal escritural desbordado al servicio de la pura expresión del vómito contra lo que, ya desde la otra orilla del estrecho, en su amada tierra marroquí, odiaba. La misma España de Señas de identidad, pero aún más postrada, despreciable e incapaz de mirarse a sí misma y a su pasado (incapaz para la memoria, hasta ahora mismo, como se ha visto), y como impedida para levantarse y andar; merecedora, por tanto, de un renovado e invasor estupro histórico, que sería, en verdad, pura revitalización catártica, violación justiciera de los viejos nuevos bárbaros del Sur, deseados e invocados a una nueva conquista y destrucción de la vieja dama decaída y gastada…
Y a ello, a esta tarea devastadora y regeneradora a un tiempo es a la que se dedica con fruición airada y sádica su autor, comenzando por el propio lenguaje narrativo, por el uso del idioma en el que nos sentíamos cautivos (los dos, él y yo, pues, a esas alturas, la identificación con su esfuerzo era ya total por mi parte). Leía ese torrente de palabras y de bilis histórica que es Reivindicación del conde don Julián y me decía a mí mismo que era algo parecido a aquello, aunque de otro modo, lo que yo quería hacer, vengarme mediante la escritura de mi destino de español y de mi origen inalterable; ambos, pensaba, nos sentíamos despojados de nosotros mismos por nuestro origen y nuestra lengua, y contra uno y otra había que escribir, sobre uno y otra había que volcar toda nuestra rabia e ira también; y eso es, en parte, Un mar invisible, mi segunda novela escrita, la primera publicada (2008).
«Ahora, sin embargo, Julián lee; en realidad, bebe: bebe y lee (bebelé) Lee y bebe (le’bebe) y reniega… Bebelé y jura –e injuria también–, reninjuria y le’bebe… los gobiernos implicados en el escándalo… Bebelé y reninjuria, en realidad… han ocultado durante meses la noticia… (¡Hijoputas!…) la extensión de la epidemia por las cuatro comarcas fronterizas, y… Bebelé… más de dos mil quinientos misteriosos fallecimientos acaecidos… y reninjuria… en los últimos seis años… (¿?) disimulados entre… Le’bebe… Las viviendas de las primeras promociones se entregarán en los próximos meses… (¡Estafajoputas!…) se explican ahora… (¿?) la sangre era posteriormente vendida a empresas sin… …y se encargaban de comerciar con ella… …las escombreras, los poblados marginales y las viejas casas baratas…»
[p. 13]
Luego, la vida me iba a deparar otras sorpresas, un amigo común, Julio Rodríguez Puértolas, catedrático de literatura medieval en la UAM, uno de mis maestros más queridos y que más han influido en mi vocación literaria y crítica; y, de rechazo, una pasión compartida, la del Libro de Buen Amor, del gran Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (alcalaíno ilustre del lejano y turbulento siglo XIV).
Y es que pocos saben que esta obra magnífica, la primera obra estrictamente moderna de la literatura europea, la verdadera protonovela castellana, que precede a La Celestina y al Lazarillo como eslabones necesarios, y nos lleva directamente al nudo esencial de la novela cervantina, al relato épico del Yo enfrentado al mundo, constituye una de las pasiones de Juan Goytisolo; de hecho, la lectura de su artículo “Medievalismo y modernidad: el Arcipreste de Hita y nosotros” (Contracorrientes, Barcelona, 1985, pp. 14-21), recomendado por Julio, mi maestro, fue otro de los hitos que sellaron mi relación con su autor, esta vez, desde la vertiente de lectores curiosos y críticos de nuestra tradición literaria. Un encuentro con esta faceta de la obra de Juan Goytisolo tan estimulante como el que propició otro artículo dedicado al mismo tema, titulado significativamente “Lectura del Arcipreste en Xemaá el Fná” (una versión del cual puede encontrarse en Quimera: revista de literatura, n. 201, 2001, pp. 12-15).
Ambos, mi maestro y el escritor, me llevaban así a una misma fuente común, que constituye el lazo que une a los dos, esto es, a la ingente obra de uno de los más grandes hispanistas del exilio, don Américo Castro, al que debo también, por ellos, gran parte de mi visión de la tradición medieval y clásica castellana.
Pero hay un aspecto que me liga a Juan Goytisolo y por el que paradójicamente me desazona su aceptación del premio Cervantes, lo que motiva precisamente este escrito de homenaje a su aportación a nuestra literatura contemporánea, y a la impronta que esta ha dejado en mi obra y en mi formación como escritor y crítico, y es su conocido enfrentamiento, incómodo y fustigador, de “pájaro que ensucia su propio nido” o de esa especie de “Juan sin tierra”, o de un nuevo airado y vindicador conde don Julián, contra la Academia, en general, y contra lo establecido por consenso mostrenco y modorro en esta la feria de vanidades que es el cotarro literario español desde la Transición.
Y ese justamente fue mi último gran encuentro con la obra de Juan Goytisolo, su Pájaro que ensucia su propio nido (2001). Un repaso díscolo –apasionado y distante, a un tiempo– por nuestra tradición, un paseo «ajeno a grupos de intereses, estamentos y bandas», como el propio Juan Goytisolo dice del mismo, y de sí mismo.
Pues, como se encarga de aclararnos en el prólogo del libro:
«Nacido en Barcelona, no me expreso en catalán. Tampoco soy vasco, no obstante mi apellido. Si bien escribo y público en castellano, no vivo desde hace décadas en la Península y me sitúo al margen del escalafón. Por ello me etiquetaron primero como afrancesado, aunque sólo he redactado en francés un puñado de artículos. Ahora me llaman muy cortésmente moro, por el hecho de dominar el dialecto árabe de Marruecos y haberme afincado en Marraquech. Ni nuestros entomólogos universitarios, con sus rutinarias clasificaciones, ni nuestros críticos literarios, tan propensos a la vacuidad y redundancia, alcanzan a incluirme en el comodín de una generación; la que ellos denominan del ‘medio siglo’, por más que coincida cronológicamente con los agavillados en ella. Mi experiencia personal y literaria es radicalmente distinta, y, por consiguiente, mi obra, también. Si formé parte de aquel grupo en mi juventud, dejé de pertenecer a él a partir de Don Julián. El reclamo generacional obedece a estrategias de promoción juvenil o de pereza intelectual. A nadie de buen seso se le ocurriría considerar a san Juan de la Cruz como un destacado poeta de la generación de 1575 o a Góngora de la de 1590. Si va a decir verdad, todo creador de fuste es irreductible a esquemas geográficos, temáticos, ideológicos, etcétera. La literatura, como la lengua, es móvil, mutante, bastarda: nadie puede canalizarla por mucho que se esfuerce la Academia.»
Por eso, tal vez, siento este resto de cierta comprensiva –al cabo– decepción por mi parte cuando supe que aceptaba sin reservas este premio de la Academia literaria y mediática; aunque luego pensé, mejor a él que no a otros.