III Foro social de las artes, 2007

La realidad pasa por el taller

Holbein se sometía, al retratarlos, y adaptaba sutilmente los modos de representación a la clase y la disposición ideológica de sus modelos -linajudos aristócratas o ambiciosos y boyantes burgueses-; su caso no es único, los artistas se han adaptado y sometido históricamente a los dueños de su arte. Sin embargo, con ser relevante, este no es -no debería serlo- el objeto central del debate que nos ocupa.

Desde lenguas, recorridos vitales, generaciones y tradiciones culturales diferentes -incluso dispares-, tres artistas, Peter Weiss, Antonio Machado y Pier Paolo Pasolini, de mundos y horizontes diversos, pero que sufrieron en carne propia las experiencias cardinales del siglo veinte -el abandono definitivo del proyecto ilustrado, la constitución del capitalismo como sistema/mundo global, la fundación, y las crisis sucesivas, del primer estado obrero; los avatares del fascismo y, sobre todo, la guerra total como estado natural del mundo-, coinciden en el diagnóstico: es la relación de la obra artística con la continuidad de sentido histórico; su capacidad de señalar -y hacer patente– la realidad del conflicto -la antítesis- central de la historia, la lucha de clases (la única verdadera guerra, que se esconde detrás de todas las guerras, para Machado), lo que da, o quita, sentido a una obra de arte; puesto que, si bien el arte no abre -ni funda, ni transforma– nuestras conciencias, sí las acompaña.

No son las evidentes concesiones al modelo -los dueños de su trabajo-, lo que determina el valor de la obra de Holbein -o la de los anónimos artesanos y artistas que concibieron y esculpieron los frisos de los templos helénicos-, sino la vía que sus retratos abren a la comprensión de la realidad histórica -en este caso, a la energía depredadora de la nueva clase-, para un espectador dispuesto a encontrarse con ella; pues los artistas que se nutren de los conflictos que proceden de lo real -a veces, de modo paradójico, e incluso contra su voluntad: pensemos en Céline-, terminan enriqueciendo la experiencia y el conocimiento del mundo de los que han emprendido -por ellos mismos- el camino de la emancipación.

Han dicho que tengo tres ídolos: Cristo, Marx y Freud. En realidad mi único ídolo es la Realidad. Si he elegido ser cineasta al mismo tiempo que escritor, se debe al hecho de que en lugar de expresar esta Realidad a través de esos símbolos que son las palabras, he preferido el cine como medio de expresión: expresar la Realidad a través de la Realidad -dejó escrito Pier Paolo Pasolini-. El artista que ha emprendido su propio camino hacia lo real, y decide comprometerse con su trabajo en un sentido material e histórico -como, por diversos caminos, hicieron Pasolini, Antonio Machado y Peter Weiss-, sabe, no obstante, que el valor de su obra no reside en su voluntad, ni en su intención, por buena que esta sea, sino en la capacidad de señalamiento y de “mostración del mundo” que aquella tenga.

Para el artista crítico, hay -debe haberlo- un más allá de la mesa o del taller de trabajo, un espacio en el que debe coincidir -y, de hecho, coincide- con sus semejantes, los potenciales receptores de su trabajo: el espacio/tiempo real que comparten, el referente objetivo de los signos que usan y articulan. Sin embargo, no debe olvidar -ni menos, despreciar- la mesa y el taller de trabajo. Pasolini no lo hizo. Vale

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