A propósito de la relectura del libro de Isabel Núñez, Si un árbol cae: conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes (Alba, 2009)
Reseña a des/tiempo
En la historia no hay psicología, sino historia(veinte años después del comienzo de la destrucción en Yugoslavia)
Ahora, cuando se han apresado a casi todos criminales de guerra que quedaban sueltos, incluido Ratko Mladic, y cuando se han cumplido veinte años del inicio de la serie de conflictos y guerras que desmembraron Yugoslavia; leído de un tirón casi, el libro de Isabel Núñez, Si un árbol cae: conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes (una vez más, pues ya lo había leído, cuando salió a la luz en Alba, en 2009: algo que, de por sí, habla bien de un libro, y éste lo es, a pesar de lo que diré a continuación, o por eso mismo precisamente); en este mundo de lo leve y de lo efímero, en el que los libros, como las guerras y como las catástrofes, duran en nuestra memoria lo que un soplo en el desierto ardiente, esto es, nada; me he decidido a hacer su reseña a des/tiempo –pero aún a tiempo–, no sólo por el tema que trata –tan cercano a mí–, sino también por el equívoco y el paradójico significado de las obras de testimonio tan bienintencionadas como esta (y, en este caso, tanto por el esfuerzo que hay detrás, como por la honestidad que encierra el proyecto, no desearía ser malinterpretado; aquí no hay descalificación, sino la respuesta crítica de un lector interesado –y atento, creo–, que conoce algo de la realidad testimoniada, la traumática desaparición de la vieja Yugoslavia).Lo primero que habría que decir es que me parece que la autora no sabía nada –como ella misma confiesa en el libro–, cuando empezó a escribirlo, y que, cuando terminamos de leerlo, nosotros tampoco sabemos mucho más que ella, al principio, de las razones y de las causas de aquella guerra que asoló el país balcánico en la década final del siglo pasado. Y, cuidado, esto no se debe a la ineptitud personal de la autora, en absoluto, sino a un error de método y perspectiva crítica muy común y general entre nosotros: el idealismo crítico, esa especie de psicologismo estético y culturalista que parece ser la única vía factible y transitable (sobre todo, por su comodidad e inconsecuencia, en sentido estricto) para nuestros periodistas y analistas (no digamos nada de nuestros novelistas), cuando se enfrentan a hechos de dimensión social, política, material e histórica, como estos.