Respuesta a la pregunta sobre qué han supuesto los encuentros de Voces del Extremo en mi poesía.
«Voces del extremo» y mi obra poética
En un breve escrito, titulado “Voces, Caos, Vida, palabras… (y estado mental)”, para el prólogo colectivo del libro conmemorativo de los encuentros Voces del Extremo, en 2011, decía que «si los encuentros de Voces del Extremo, en Moguer, son la metáfora perfecta del Cosmos y de la Vida es porque en ellos impera el sagrado Caos que informa al Cosmos y a la Vida…» Y los comparaba a ‘El Trópico Zumbón’, ese espacio mítico, entre lo posible y lo imposible, en que se desenvuelven los personajes de una de mis novelas, Un mar invisible. Y añadía, algo para mí esencial, si queremos entender ese espacio de encuentro –entre lo posible y lo imposible– que es Voces del Extremo, el hecho de que allí, tanto el público, como los protagonistas, «resisten impasibles horas enteras de poesía excelsa, de poesía excelente, de poesía buenísima, o simplemente buena, o pasable, o regular, o, por qué no, mala, o rematadamente mala, e incluso despreciable, sin una mala cara ni pestañeo alguno que denote rechazo o incomodo, con un respeto exquisito a la libre manifestación de la palabra sin brida ni cincha ni prejuicio ideológico o académico que la dome…» Porque lo esencial es que en ese espacio –a pesar de la tentación de reproducir, a veces, los protocolos y las imposturas del mundo del “estrellato poético” que tratamos de invalidar– la mayoría, es verdad, se siente allí comunidad, pues de los otros aprendemos –lo que nos vale y lo que no nos vale– y a los otros nos dirigimos con la esperanza de aportarles algo que les valga.
Por eso digo que, si como novelista o escritor ocasional de teatro los encuentros de Voces del Extremo no me han influido, pues mi escritura dramática y novelística nacen antes de caer en la órbita de ese espacio mágico, Voces del Extremo y los compañeros y compañeras que lo habitan me han construido como poeta; sin ellos, sin Voces del Extremo, mi poesía sería, sin duda, algo muy distinto, o, quizás, lo más probable, no existiese tal como aparece hoy.

Mi intención, sea en poesía, novela, ensayo o teatro, es poner al otro (al lector o al espectador) ante el mundo que habitamos, con toda su potencia aniquiladora y desmoralizadora (en sentido estricto); pero también provocarle un cierto impulso, instintivo o racional, de resistencia y afirmación. Esto es, mi proyecto como escritor, desde el principio, estuvo claro, no renunciar al Referente del signo lingüístico/literario y hacer de nuestro «estar en el mundo presente» la materia poética, convencido de que lo que sucede «dentro de nosotros», acontece, en realidad, «fuera de nosotros», pues somos «sujetos históricos». Y este proyecto, creo, es justamente el proyecto de la mayoría también de los habitantes de ese espacio de encuentro, sean cuales sean los abordajes técnicos y retóricos a partir de los cuales ensayemos esa expresión poética del mundo presente. Descontada la fortuna y la gracia con la que lo hagamos.
En mi caso concreto, quienes se acerquen a mi obra verán los recursos estilísticos de nuestra tradición literaria, especialmente de la literatura del siglo veinte (pero también de la literatura clásica), desplegados y aplicados en profundidad, pero solo cuando ayudan a cumplir el objetivo pretendido –o a salvar un obstáculo en su proceso de consecución. El recurso poético, por sí mismo, no es el objetivo de mi escritura; es solo el medio para expresar y dirigirnos al Referente: nuestro mundo interior en relación con el mundo exterior que nos construye.