Diagonal. Enero, 2015
Yo tampoco soy Charlie (en este momento)
No estoy completamente seguro de por qué, pero cuando estaba viendo las imágenes del asedio y el asalto a la imprenta de la zona industrial de Dammartin-en-Goele, en donde los dos hermanos se habían atrincherado, mi razón no estaba con los policías, sino con ellos; tampoco es que estuviese exactamente con ellos, pero comprendía perfectamente la causa de su odio, de su rabia y de su ira suicida; no las evidentes y zafias razones de los jeques saudíes, ni la de los generales paquistaníes o los imanes y falsos profetas del Islam que se benefician de esa rabia, de esa ira y de esa frustración, sino de esa rabia y esa ira y esa frustración que lleva a dos muchachos de los banlieues del rap a la yihad, de la música airada al asesinato y a la inmolación… Y cuando digo mi razón, es mi parte más racional, no estoy hablando del corazón ni de la emociones (rechazo por sistema las emociones cuando trato de lo real en lo real, sin literatura; la literatura es otra cosa, es otra forma de decir el mundo).
Luego, viendo a los líderes europeos, a Rajoy, con Merkel, Cameron, Netanyahu, el fiscal general de los Estados Unidos, Sarkozy y Hollande, y toda esa patulea, encabezando una manifestación de gentes sumisas y silenciosas, que teniéndolos ahí delante de ellos, no les pedían ni siquiera cuentas de sus responsabilidades en los hechos (y son muchas las que acumulan, aún más que la de los imanes y falsos profetas, o que la de los generales paquistaníes y la de los jeques saudíes); o leyendo las deslenguadas declaraciones de ese estéril provocador que es Michel Houellebecq (huido) y otras aún más estériles y estúpidas de epatantes provocadores, oportunistas de andar por casa, en la prensa de derechas y de izquierda (¡qué sospechosa unanimidad!), y esa indignada cantidad de exhibiciones de limpieza de sangre cultural, tan etnocentristas y democráticas que daban ganas de vomitar, de una buena parte de los voceros mediáticos de la tolerancia y de la libertad de expresión, babeando con eso de Yo soy Charlie; y escuchando a mi alrededor los comentarios de bar de algunos compañeros míos, por lo general, competentes e inteligentes voces de la izquierda cultural, social y política, víctimas colaterales de esa ola mediática tan calculadamente emocional (como sucedió con el 11S, primero, y con el 11M, después); me he reafirmado en ese primer posicionamiento de mi razón ante lo que estaba pasando en esa imprenta francesa, como ante lo que había pasado ya en España, multiplicado por diez al menos, hace unos años, o en Londres, luego, y en el resto del mundo occidental, desde el 11S.