Rebelión. Enero, 2009

Las palabras y la crisis: ¿Por qué ahora paz? (y un escolio que dice algo de nuestro despiste)

Que las palabras construyen el mundo; que con las palabras nos construyen el mundo, al tiempo que nos lo ocultan –que con ellas lo construimos, al tiempo que nos lo ocultamos–; que con ellas nos dominan y dominamos, es, tal vez, la experiencia central del hombre común, cada día. Aún más, para la mayoría, a menudo, las palabras tienen unos poderes taumatúrgicos –mágicos–, que, en realidad, no tienen. Damos por sentado que ellas son la realidad, cuando, por lo general, las palabras nos evitan la realidad.

Por ejemplo, alguien habrá que se haya extrañado, o se haya quejado interiormente, de por qué no he utilizado la palabra mujer, a continuación de la de hombre, cuando he hablado del hombre común; puesto que, si la realidad hombre/mujer no cambia acaso por ello ni un ápice, la realidad percibida sí cambia, en efecto. Y, a muchos de entre nosotros, el uso de la palabra mujer, junto a la de hombre –por más que se entienda la expresión, tal como está escrita–, nos tranquilizaría, reconfortándonos interiormente, ante una realidad percibida entonces como más adecuada y ordenada, según nuestras convicciones. Aunque no estoy seguro de que esa capacidad apaciguadora –catártica, si se quiere– de las palabras sea un hecho en sí mismo positivo.

Pasa lo mismo que con la palabra paz en las manifestaciones, que lo mismo la puede gritar la buena gente común que De Juana Chaos, Olmert, Aznar, Uribe o Georges W Bush. Y sucede lo mismo con las palabras que nombran la actual crisis del sistema financiero capitalista.

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