Diagonal. Abril, 2011

Libia: intervención versus neutralidad (la izquierda ante la realidad compleja)

No hay indicador más sensible del despiste general de la izquierda española que cuando se pone radicalmente pacifista respecto a determinados conflictos y situaciones geopolíticas. Ya pasó con la guerra en Yugoslavia, clamando por la no intervención, mientras se estaba masacrando al pueblo bosnio, en pleno cerco de Sarajevo, o apoyando objetiva y subjetivamente a criminales de guerra como Milosevic, Mladic o Karadzic. Situación que se repite ahora con Libia.

Ya sé que desde la distancia y los automatismos más superficialmente ideológicos es difícil hacerse cargo de determinadas situaciones que quedan tan alejadas de nuestras rutinas. Cuando veo a algunos compañeros enarbolar las mismas pancartas que con la Segunda Guerra del Golfo (las mismas de cuando Yugoslavia), veo lo difícil que es percibir los matices y recovecos de la realidad, cuando no se niega su inestable complejidad. A esos compañeros que claman contra la “guerra de Libia”, les pediría que escuchasen a los pueblos del Magreb aplaudiendo la resolución de la ONU y los bombardeos, o a las poblaciones de Tobruk o de Bengasi celebrándola, y las cosas se verían de otro modo. Nos daríamos cuenta de cómo esta actitud de no injerencia y neutralidad se parece a la de los que dejaron solo al pueblo español, en 1936, contra su propio ejército; a la de esas “potencias burguesas imperialistas”, a las que aún reprochamos su ciego pacifismo y neutralidad. Las reservas expresadas por compañeros tan queridos como Isaac Rosa, tratando de impugnar tal comparación –salvadas las distancias que haya que salvar–, creo que son demasiado especiosas para ser efectivas, pues, al final de todo, nuestra neutralidad resulta una neutralidad cómplice con Gadafi (cuyo cotejo con el Generalísimo no es una mera anécdota de bocazas). No podemos ser equidistantes en este conflicto –como no lo debimos ser en tantos otros– sólo para salvar nuestra pureza política, ideológica o moral (recuerdo lo que costó a mi generación romper con ciertos regímenes autodenominados comunistas). Sé que sostener esto me separa de compañeros a los que quiero. Quizás mi experiencia en Yugoslavia me hace ver las cosas de otra manera.

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