Notas para una Poética (viable y paradójica) de horizonte materialista
Mi intención al escribir –así, de primeras: dicho en alto estilo–, ya sea con la poesía, con la novela, el ensayo o el teatro, es poner al otro, al lector o al espectador, ante el mundo que habitamos, con toda su potencia aniquiladora y desmoralizadora (en sentido estricto); pero también provocarle un cierto impulso, instintivo o racional, de resistencia y afirmación de sí mismo como sujeto y como colectividad.
Esto es, mi proyecto como escritor, desde el principio, estuvo claro, no renunciar al Referente del signo lingüístico/literario y hacer de nuestro “estar en el mundo presente” la materia poética, convencido de que lo que sucede “dentro de nosotros”, acontece, en realidad, “fuera de nosotros”, pues somos “sujetos históricos”.
Y, desde un punto de vista técnico, quienes se acerquen a mi obra verán los recursos estilísticos de nuestra tradición literaria, especialmente de la literatura del siglo veinte (pero también de la literatura clásica), desplegados y aplicados, sin prejuicios, pero solo cuando ayudan a cumplir el objetivo –o, en su caso, salvar un obstáculo– del proceso poético, dramático o narrativo, concebido de la forma en que se ha expuesto.
Se dice de la música de Beethoven que demanda concentración, paciencia, esfuerzo y apertura a una carga dramática movilizadora, eso mismo creo que pide –salvando las distancias– mi escritura. Aunque habría, quizás, una formulación más brutal del asunto, acaso no tan delicada y exacta como uno quisiera, pero que nos ayudaría a desbrozar el camino, igual que un afilado machete abre los senderos en las selvas impenetrables.

Sería esta:
Descartados, en el último siglo y medio, los sentidos metafísico, psicológico, religioso y existencial de la vida, en general, y de la humana, en particular, solo nos queda el sentido material de la misma, tanto físico-biológico, como socio-histórico. Por lo tanto, empeñarse en una poesía metafísica, psicológica, religiosa o existencial me parece una pérdida de tiempo. Si eres realmente consciente de este hecho y aceptas la enormidad del mismo, la búsqueda poética de un sentido material e histórico se nos aparece en su auténtica y verdadera grandeza.
Aunque bien pudiera suceder, y es lo más seguro, que, en el horizonte de una poética materialista, concebida de esta manera, la poesía del yo, el impulso metafísico, el misterio de la creencia y de la trascendencia o el dolor y el pasmo de existir adquieran su verdadero sentido, que es, creo, lo que ocurre en el interior de mi propia escritura. Al fin y al cabo, la paradoja nos constituye y la paradoja nos salva también de la presuntuosa y dogmática seguridad de nuestras convicciones, evitando, así, que nos ahoguemos en ellas. ¿Por qué escribo, pues? Es algo que me he preguntado y me han preguntado muchas veces. Resumiendo la cuestión –y en estilo llano–, a menudo pienso que para no liarme a tiros, para vaciar mi rabia y mi (santa) ira. Lo cierto es que, desde que volví a hacerlo, tres años después de haber roto y hecho desaparecer en el cubo de la basura todo lo que había escrito antes de los 28 años, solo escribo cuando tengo algo que decir, o que comprender; y cuando pienso que esos poemas, o esos relatos, esas novelas, dramas o ensayos pueden llegar a ser, con suerte, también, herramientas útiles en manos de mis iguales. Y porque –como he dejado escrito por ahí–, puestos a elegir, elijo el grito.